Hay sueños que deambulan sonámbulos, otros que corretean en
un laberinto, sueños olvidados, llenos de polvo y telarañas, escondidos en
algún oscuro rincón. Sueños que fueron encerrados y cada tanto reniegan de su
prisión; algunos no nacen y mueren en esa celda, otros pasan años buscando la
llave que la haga abrir, mientras se van tachando los días del calendario. Sueños
que el tiempo los fue borrando, los fue distorsionando, pero que siguen
intactos a pesar de que el espejo devuelva señales de la vejez, sólo que
duermen soñando, en espera del sacudón que los haga despertar. Sueños que se
llevan en las entrañas y que nunca fueron paridos.
Están también los que tienen valentía, los que dan sentido a la vida, los que asoman al
mundo aunque digan que ya es tarde, aquellos que no se dejan arropar por la
comodidad y se la juegan por intentar. Los que de tanto buscar encontraron la llave y los que abrieron
camino cuando el dolor se hizo fuerte, para nacer, por cesárea, después del
caos. Sueños que despertaron y ya no hablan de imposibles, que mutaron de ser
en hacer. Que irrumpieron la rutina, la vieja rutina, esa que tanto opacaba. Sueños
que rompieron el cascarón en busca del mundo exterior, un parto doloroso lleno
de dudas y de temor. Salieron tímidos o con coraje pero cortaron el cordón y ya
no están cautivos en las celdas de la mente.
Hoy brindo por esos sueños, esos sueños que empujan desde
adentro y que te hacen ver quien sos. Son sueños que brotan del corazón, que
vienen con la fuerza de la creación. Son sueños que traen rayos de un nuevo
sol.